martes, 17 de mayo de 2011

EL INMENSO MICHEL FOUCAULT

Hay un autor muy interesante que se llama Michel Foucault. Multidisciplinario: psicólogo, historiador, investigador diestro en técnicas de la sociología, la lingüística, la estéticas. Con mucho vuelo filosófico. De los contemporáneos, éste es uno de los más importantes que tenemos (es decir, que tuvimos). Fue un intelectual comprometido con su época, muy inteligente. 
Es una lástima que se nos muriera relativamente joven. Vale agregar que este pensador anda más o menos por la misma tradición del que hablamos recién, Althusser, ese que nos agreteó la escuela. ¡Guarda que nuestro posmoderno Michel es igual de perturbador -o quizá mas- que aquel todavía moderno Louis! 
La gran contribución de Fucó a las ciencias sociales va por el lado de insistir en que el poder no es una facultad que uno tenga, que uno detente, que uno gane o pierda, sino que el poder es menos y también es más que eso. Digo que es menos porque precisamente plantea este calvo pensador que el poder no es una fortaleza, no es tener las armas o tener el dinero: es más bien "un sutil fluido más que una roca dura". (Acostumbrémonos al lirismo y a la poesía con estos autores porque ellos escriben así, ensayísticamente). El poder es una trama, es una red. El poder no es un lugar, ni está en un lugar, sino que circula, y se nos mete a nosotros como un deseo que nos manda a hacer y/o nos conmina a no hacer. Por eso digo que es más que una cosa… es algo que también actúa a nivel inconciente... como las ideologías. El poder actúa como un fantasma, y lo que hace poderoso a este inefable (digo, al poder) es su capacidad para enmascarar su funcionamiento, y así no nos demos cuenta de cómo funciona. 
Lo que sí podemos decir ya mismo, es que el poder funciona disciplinando a las mentes: “enderezando conductas y actitudes”. Así, el poder, silenciosamente, nos hace actuar de una manera determinada, nos hace ser de una manera determinada, y nos hace desear ser de esa manera determinada. El poder –dice un comentarista de Foucault- nos construye como sujetos, y así nosotros somos la principal construcción del poder, y somos quienes nos autocontrolamos mejor y quienes nos autovigilamos mejor. 
Creo que el mejor ejemplo es el de una habitual práctica escolar que ocurría en mi época con la maestra de música, cuando buscaba armar el coro del colegio. La maestra se quería lucir ante las autoridades del colegio y ante los padres, entonces, como la corrían los tiempos y quería laburar lo menos posible, hacía un casting y formaba el coro con las mejores voces (que no siempre coincidía con los que se presentaban voluntariamente para aprender a cantar), y así íbamos pasando y la profe decía “vos sí” y “vos no”… y ahí quedaban los que tenían la voz más dulce y engolada. Y a los que nos dijo “vos no”, nos hizo un daño quizá inadvertidamente porque ese vos no significaba “vos no servís para cantar” –recuerden que éramos chicos-, y de ese momento uno se va convenciendo que no tiene que cantar porque lo hace mal. Y si te gusta cantar, tendrás que conformarte con hacerlo en la ducha, en la soledad más íntima, para no pasar papelones… y uno, que quizá pueda, se resigna a que “no debe”… ¡así funciona el poder! Otro ejemplo que nos da el autor cuando habla de “vigilar y castigar”: el examen escolar. Pueden buscarlo porque es muy interesante.
Vale hacernos una pregunta: si el poder es tan eficaz en hacer eso, ¿cómo fue que él se dio cuenta? ¿Acaso es más esclarecido e inteligente que todos los demás? Bueno, creo que él respondería: “lo descubrí a partir de un método de estudio y de investigación que fui elaborando y mejorando durante muchos años…”. Otra duda legítima: ¿Y cómo hacemos todos los demás para darnos cuenta de hasta qué punto somos como el poder quiere que seamos?, y luego de darnos cuenta, ¿cómo hacemos para zafar de eso?

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