En el artículo de Jean-Jacques Rousseau, que se llama “discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” van a encontrar una historia a vuelo de pájaro de cómo nació la civilización, o como él le llama, la “sociedad civil”. El artículo empieza así (traducción lunfarda): “el 1º tipo que cercó un terreno y dijo `esto es mío´, y algunos giles le creyeron, ese ya abrió la caja de Pandora”… ¡cuántas cosas –se lamenta Rousseau- nos hubiéramos ahorrado en crímenes, en guerras, en miseria si esos giles no hubieran sido tan giles y se hubieran resistido a creerle! Bueno, de cualquier manera, con la apropiación de la tierra por parte de unos cuantos vivos, y su posterior imitación por parte de otros tantos no tan vivos, nació y se consolidó luego la desigualdad entre los hombres. El mundo quedó dividido entre los que tienen tierras en propiedad, y los que no la tienen.
Hay una fuerte nostalgia en este autor por lo que se imaginaba una vida bucólica, natural, respirando tranquilidad y felicidad en una hamaca paraguaya, permaneciendo ocioso. Nosotros podemos completar el cuadro que “pinta” Rousseau imaginándonos una vida prehistórica, personas alimentándose de la caza y la recolección, habitando en poblados chicos, en aldeas, o tribus. El cuadro cambió –se quejaría Rousseau- cuando los hombres se decidieron por el progreso. Aparentemente todos los progresos han sido progresos para el individuo pero retrocesos para la humanidad. Nuestro desolado autor relata la lenta sucesión de acontecimientos que explican y fundamentan el “progreso” que terminó convirtiéndose en el progreso de la desigualdad.
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