viernes, 6 de abril de 2012

ZAFFARONI, E. La cuestión criminal (comprimida) fascículo Nº 3



Hay algo que decir acerca de la Inquisición. Los demonólogos elaboraron un discurso muy armado para liberar su poder punitivo de todo límite. Y lo hicieron con éxito. Y ese éxito se sostuvo no por el contenido de lo que plantearon, sino por su “estructura”: lo que sobrevivió hasta hoy a la caída de la Inquisición es la estructura del discurso inquisitorial.
Sería más o menos así: 
1º) se alega la emergencia de una amenaza extraordinaria que puede acabar con la humanidad; 
2º) se exigen poderes extraordinarios (o sea, eliminar obstáculos al poder punitivo) para “salvar” a la humanidad; 
3º) todo el que se oponga u objete ese poder es un enemigo, un cómplice o un idiota útil: en cualquier caso, hay que sacarlo del medio porque estorba.
En el caso de la Inquisición, la amenaza fue obviamente inventada. Alguien puede objetar que también de vez en cuando aparecen peligros reales… pero se resuelven por otros medios: nunca el poder punitivo resolvió una amenaza real. Satán, terrorismo, narcotráfico, sífilis, tuberculosis... Antes que eso, el efecto del poder punitivo desbocado fue instalar un estado de paranoia colectiva. Y en el peor de los casos terminar desatando masacres.



La primera gran manifestación de esta estructura inquisitorial fue el tratado demonológico llamado Malleus Maleficarum, publicado en 1484. Se convirtió en la guía oficial de los quemadores de mujeres. Fue el libro más impreso luego de la Biblia. También fue el delirio mejor sistematizado que integró la criminología, el derecho procesal penal y la criminalística de aquella época.
Su contenido se puede resumir en algunos núcleos:
1) el crimen que provoca la emergencia es el más grave de todos (por lo tanto, el poder que lo combatirá debe ser el más fuerte).
2) la emergencia sólo puede ser combatida mediante una guerra.
3) su frecuencia es alarmante (“están por todos lados”), entonces hay que estar alerta.
4) el peor criminal es quien duda de la emergencia (pues duda, por extensión, del poder establecido).
5) debe neutralizarse cualquier fuente de autoridad que diga lo contrario.
6) se invierte la carga de la prueba: la mujer acusada debe demostrar su inocencia. Y los torturadores deben ser inexorables y para nada ingenuos: si la bruja no canta, es porque el diablo le da fuerzas; si muere en el proceso, es porque el diablo se la llevó para que no cantara; si enloquece y ríe, es Satán que se está burlando de los inquisidores…



7) el delirio sirve de coartada para encubrir muchos delitos: no hay que se ingenuos. personas atrapadas in fraganti van a alegar “encantamiento” del demonio…
8) los enemigos son inferiores, y los inferiores pueden inflar las filas de enemigo: mujeres, mestizos, mulatos, degenerados, defectuosos, enfermos, etc. ¡Cuidado con ellos!
9) la inferioridad puede extenderse: cabe limitar la disgenesia.
10) las víctimas no debe colocarse en situación de vulnerabilidad, porque los vicios favorecen la acción de Satán.
11) si nos distraemos, el enemigo aprovechará la situación: es obligatorio evitar que decaiga el nivel de paranoia.
12) los inquisidores niegan los daños colaterales: no hay terceros inocentes.



13) los inquisidores son infalibles, y más si son puros: son los que ven claras las cosas.
14) como son infalibles, la condena de un inquisidor es prueba suficiente
15) los inquisidores se eximen de toda ética frente al infractor o la bruja.
16) también son inmunes al mal que combaten: Satán no puede engañarlos porque Dios no lo permitiría.
17) el mal tiende a prolongarse.
18) el Malleus garantiza la reproducción de la clientela: a la mujer no se la torturaba para que confesase, sino para que revelase en nombre de sus cómplices. La mera mención de un nombre bajo tortura autorizaba a torturar también a la persona nombrada. (Toda emergencia cuida que la clientela no se agote).
La corporación médica también le tuvo ganas al poder punitivo de estos demonólogos. Johann Wier, un médico protestante, alarmado por la guerra de la ciudad de dios contra la ciudad del diablo, en 1563 pujó por salvar a las brujas de las hogueras para meterlas en asilos. A la Iglesia no le cayó nada bien la propuesta; ni a los soberanos de los estados absolutistas que estaban naciendo o consolidándose conforme el Papa ya no quemaba brujas porque ahora lo hacían las agencias punitivas de los reinos.



Entonces, no es nueva la disputa entre las demandas de pena de muerte, mano dura y tolerancia cero frente a quienes promueven la psiquiatrización de los “desviados”.

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