Este es un resumen preocupado por traicionar lo menos posible al autor en el sentido que da a sus ideas.
Todos opinan de la
cuestión criminal como del fútbol:
con la misma liviandad. Es un tema universal: ocurre en todos lados en todo el
mundo… pero en todos lados lo tratan como si fuera un problema local (a veces
nacional; otras, municipal): este es un planteo tramposo. Claro que estamos
ante problemas que en parte podemos resolver en los niveles local, provincial,
nacional. Pero integran un entramado mundial. Si no comprendemos ese entramado,
siempre moveremos mal las piezas. Se juega en este caso una encrucijada
civilizatoria, una opción de coexistencia humana.
Vivimos en una era de globalización, que sucede al
colonialismo y al neocolonialismo. Cada cambio de era fue marcado por un
momento revolucionario: el mercantil del siglo XIV; la revolución industrial
del siglo XVIII y ahora la tecnológica del siglo XX. Esta última es
fundamentalmente comunicacional. Y esto tiene su importancia.Se presenta un primer problema: la cuestión de la realidad. En este, como en tantos otros ámbitos, es algo muy problemático determinar qué es la realidad. En particular cuando vivimos una era mediática, en que todo “se construye”. Sin meternos en ese arduo problema filosófico, puedo afirmar que, en cuestión criminal, la realidad son los muertos.
Comenzaré por las palabras de los académicos. Vale decir que la Academia no tiene un solo dialecto. Ni tampoco tiene un único dialecto la cuestión criminal. Lo peor: no suelen entenderse entre ellos. Además, no es raro que se detesten recíprocamente. Y si a un académico se le da por intentar dominar el otro dialecto, se lo suele tomar por traidor. Esa agresividad alcanza a veces niveles tragicómicos: por lo común las imputaciones recíprocas que se hacen unos grupos contra otros son la comidilla de congresos y seminarios. Pero en ciertos momentos de la historia se tornó peligroso. Por ejemplo, en los años 70 en Argentina. Pero quizá no sea algo negativo de “la Ciencia”: es la medida de su vitalidad y de la pasión que supone la actividad académica.
En cambio, ¿qué hacen los criminólogos? Son académicos que se ocupan de responder, por ejemplo, qué es y qué pasa con la violencia productora de cadáveres, de preguntar por la(s) causa(s) del delito. Y lo estudia con la ayuda de muchas disciplinas: sociología, antropología, historia, economía, etc. Surge recientemente a partir de estos estudios combinados una inquietante constatación: los poderes punitivos –es decir, los poderes estatales, o los grupos que lo controlan- son responsables en gran medida de la misma delincuencia. Allí vamos a buscar también las causas del delito.
La gran picardía:
ante las nuevas posibilidades comunicacionales, la academia[1]
sigue empeñada en permanecer en ghettos o “islas” en los que unos
científicos, al cabo de penosas investigaciones, escriben en su dialecto para ser leídos
privilegiadamente por otros científicos (del mismo ghetto, claro…). Así es que
la mayoría de las personas ignora lo que ocurre allí. El desafío consiste en
abrir esos conocimientos para demostrar lo que hasta ahora se sabe.
La segunda
picardía, ilustrada con un ejemplo: en cuestiones de medicina, por ejemplo,
nadie opinaría seriamente en una mesa de café fundamentándose en la teoría de los humores; sin embargo, en
cuestiones de criminología, la gente “de a pié” defiende su derecho a opinar
bajo paradigmas ya perimidos, muchas veces pre-científicos y casi siempre para
nada democráticos (“esos pibes ya nacen chorros…”).
Ahora, lo grave
sería que la teoría de los humores fuese divulgada como discurso único por los
medios de comunicación: es obvio que el índice de mortalidad subiría
alarmantemente. De igual manera, ¿no sucederá lo mismo con la cuestión criminal
y los índices de mortalidad cuando políticos y autoridades aceptan leyes y
discursos tan viejos, perimidos y errados como la “teoría de los humores” lo es
en medicina?
De “abrir las
ciencias” se trata: si hoy el campo de batalla es comunicacional, la lucha
también debemos darla en ese terreno. Si bien el campo científico se ha
equivocado –y mucho- también ha aprendido de sus errores. Por eso vale la pena
escucharlo (pero, ¿¡y quién traduce esos dialectos,
que no son pocos ni sencillos de interpretar!?)
Estudiar lo que
“dicen” los muertos: no cualquier muerto, claro. Se trata de los matados[2].
Es cierto que los muertos quedan mudos –cosa que es verdad en sentido físico-,
sin embargo los cadáveres dicen muchas cosas. En el trabajo de morgue se
descubren insospechadas revelaciones en y desde los muertos.
En resumen, lo que
voy a ir explicando a lo largo de estos 25 fascículos tiene 3 etapas
fundamentales:
1ª) lo que nos fue
diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia (la
palabra de los académicos);
2ª) lo que nos
dicen los medios masivos de comunicación (las palabras de los medios);
3ª) lo que nos
dicen los muertos (la palabra de los muertos).
Mi propósito es
traducir los dialectos académicos (y mediáticos) a un lenguaje comprensible
para el resto de los mortales. Para
empezar, ¿a quién preguntar? ¿Quién se ocupa académicamente de la cuestión
criminal? El primer movimiento será mirar a la facultad de Derecho. Allí
están y de allí salen los penalistas.
¿Qué tiene que ver
un penalista con la cuestión criminal? La idea de que él es el más autorizado
es una opinión popular… pero no científica: el derecho penal no contiene a la
criminología. ¿Qué hacen los penalistas? Ante todo, son abogados,
especializados en una rama (el derecho penal) dedicada a proyectar la forma en
que los tribunales resuelven los temas lindantes al delito y las penas de
manera ordenada y no contradictoria, no arbitraria. Para eso, construyen un concepto
jurídico de delito para establecer frente a cada conducta si es
delictiva o no en miras a una sentencia.
Entonces, el
penalista se dedica a interpretar legislación, a organizar racionalmente la
administración de las penas, etc… pero no se ocupa de escuchar a los muertos (a
los matados): se ocupa de las leyes, pero no de la realidad criminal. ¿Qué
saben los penalistas acerca de la realidad criminal? No más que cualquier
vecino. ¿Pero son los que hacen las leyes? Ni siquiera: esos son los legisladores. Legisladores que en otras
épocas eran inquietos estudiosos, jóvenes brillantes intelectualmente con afán
sinceramente político. Hoy las leyes las hacen los asesores políticos conforme
a una agenda que les marcan los medios de comunicación… pero este es otro tema.
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