domingo, 1 de abril de 2012

ZAFFARONI, E.: La cuestión criminal (comprimida) fascículo Nº 1

Resumen del fascículo Nº 1 de "La cuestión criminal". Fuente: Suplemento de Página 12.
Este es un resumen preocupado por traicionar lo menos posible al autor en el sentido que da a sus ideas.



Todos opinan de la cuestión criminal como del fútbol: con la misma liviandad. Es un tema universal: ocurre en todos lados en todo el mundo… pero en todos lados lo tratan como si fuera un problema local (a veces nacional; otras, municipal): este es un planteo tramposo. Claro que estamos ante problemas que en parte podemos resolver en los niveles local, provincial, nacional. Pero integran un entramado mundial. Si no comprendemos ese entramado, siempre moveremos mal las piezas. Se juega en este caso una encrucijada civilizatoria, una opción de coexistencia humana.
Vivimos en una era de globalización, que sucede al colonialismo y al neocolonialismo. Cada cambio de era fue marcado por un momento revolucionario: el mercantil del siglo XIV; la revolución industrial del siglo XVIII y ahora la tecnológica del siglo XX. Esta última es fundamentalmente comunicacional. Y esto tiene su importancia.
Se presenta un primer problema: la cuestión de la realidad. En este, como en tantos otros ámbitos, es algo muy problemático determinar qué es la realidad. En particular cuando vivimos una era mediática, en que todo “se construye”. Sin meternos en ese arduo problema filosófico, puedo afirmar que, en cuestión criminal, la realidad son los muertos.

Comenzaré por las palabras de los académicos. Vale decir que la Academia no tiene un solo dialecto. Ni tampoco tiene un único dialecto la cuestión criminal. Lo peor: no suelen entenderse entre ellos. Además, no es raro que se detesten recíprocamente. Y si a un académico se le da por intentar dominar el otro dialecto, se lo suele tomar por traidor. Esa agresividad alcanza a veces niveles tragicómicos: por lo común las imputaciones recíprocas que se hacen unos grupos contra otros son la comidilla de congresos y seminarios. Pero en ciertos momentos de la historia se tornó peligroso. Por ejemplo, en los años 70 en Argentina. Pero quizá no sea algo negativo de “la Ciencia”: es la medida de su vitalidad y de la pasión que supone la actividad académica.

En cambio, ¿qué hacen los criminólogos? Son académicos que se ocupan de responder, por ejemplo, qué es y qué pasa con la violencia productora de cadáveres, de preguntar por la(s) causa(s) del delito. Y lo estudia con la ayuda de muchas disciplinas: sociología, antropología, historia, economía, etc. Surge recientemente a partir de estos estudios combinados una inquietante constatación: los poderes punitivos –es decir, los poderes estatales, o los grupos que lo controlan- son responsables en gran medida de la misma delincuencia. Allí vamos a buscar también las causas del delito.






La gran picardía: ante las nuevas posibilidades comunicacionales, la academia[1] sigue empeñada en permanecer en ghettos o “islas” en los que unos científicos, al cabo de penosas investigaciones, escriben en su dialecto para ser leídos privilegiadamente por otros científicos (del mismo ghetto, claro…). Así es que la mayoría de las personas ignora lo que ocurre allí. El desafío consiste en abrir esos conocimientos para demostrar lo que hasta ahora se sabe.
La segunda picardía, ilustrada con un ejemplo: en cuestiones de medicina, por ejemplo, nadie opinaría seriamente en una mesa de café fundamentándose en la teoría de los humores; sin embargo, en cuestiones de criminología, la gente “de a pié” defiende su derecho a opinar bajo paradigmas ya perimidos, muchas veces pre-científicos y casi siempre para nada democráticos (“esos pibes ya nacen chorros…”).
Ahora, lo grave sería que la teoría de los humores fuese divulgada como discurso único por los medios de comunicación: es obvio que el índice de mortalidad subiría alarmantemente. De igual manera, ¿no sucederá lo mismo con la cuestión criminal y los índices de mortalidad cuando políticos y autoridades aceptan leyes y discursos tan viejos, perimidos y errados como la “teoría de los humores” lo es en medicina?
De “abrir las ciencias” se trata: si hoy el campo de batalla es comunicacional, la lucha también debemos darla en ese terreno. Si bien el campo científico se ha equivocado –y mucho- también ha aprendido de sus errores. Por eso vale la pena escucharlo (pero, ¿¡y quién traduce esos dialectos, que no son pocos ni sencillos de interpretar!?)



Estudiar lo que “dicen” los muertos: no cualquier muerto, claro. Se trata de los matados[2]. Es cierto que los muertos quedan mudos –cosa que es verdad en sentido físico-, sin embargo los cadáveres dicen muchas cosas. En el trabajo de morgue se descubren insospechadas revelaciones en y desde los muertos.
En resumen, lo que voy a ir explicando a lo largo de estos 25 fascículos tiene 3 etapas fundamentales:
1ª) lo que nos fue diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia (la palabra de los académicos);
2ª) lo que nos dicen los medios masivos de comunicación (las palabras de los medios);
3ª) lo que nos dicen los muertos (la palabra de los muertos).



Mi propósito es traducir los dialectos académicos (y mediáticos) a un lenguaje comprensible para el resto de los mortales. Para empezar, ¿a quién preguntar? ¿Quién se ocupa académicamente de la cuestión criminal? El primer movimiento será mirar a la facultad de Derecho. Allí están y de allí salen los penalistas.
¿Qué tiene que ver un penalista con la cuestión criminal? La idea de que él es el más autorizado es una opinión popular… pero no científica: el derecho penal no contiene a la criminología. ¿Qué hacen los penalistas? Ante todo, son abogados, especializados en una rama (el derecho penal) dedicada a proyectar la forma en que los tribunales resuelven los temas lindantes al delito y las penas de manera ordenada y no contradictoria, no arbitraria. Para eso, construyen un concepto jurídico de delito para establecer frente a cada conducta si es delictiva o no en miras a una sentencia.




Entonces, el penalista se dedica a interpretar legislación, a organizar racionalmente la administración de las penas, etc… pero no se ocupa de escuchar a los muertos (a los matados): se ocupa de las leyes, pero no de la realidad criminal. ¿Qué saben los penalistas acerca de la realidad criminal? No más que cualquier vecino. ¿Pero son los que hacen las leyes? Ni siquiera: esos son los legisladores. Legisladores que en otras épocas eran inquietos estudiosos, jóvenes brillantes intelectualmente con afán sinceramente político. Hoy las leyes las hacen los asesores políticos conforme a una agenda que les marcan los medios de comunicación… pero este es otro tema.

[1] designación metonímica para el conjunto de universidades, institutos de investigación, foros y posgrados, etc., con su inmensa literatura… tan abstrusa y tan técnica
[2] Expresión sencilla, tan rotunda como fácilmente intuitiva en su significación que pertenece a Eduardo Galeano.

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