Habíamos señalado
que hay varios contractualismos. Digamos mejor que el contractualismo era un
marco en el que se daban todas las posibles variables políticas, desde el
despotismo ilustrado hasta el socialismo. Pero podía convertirse en algo
peligroso para las clases altas en sociedades como la europea, que distinguía
entre los más y los menos iguales, y que a la vez se iba considerando a sí
misma como la mejor y más brillante de Europa y del planeta también. Los pensadores
de la cuestión social no podían ser insensibles a los temores del sector social
al que debían su posición discursiva dominante y, en consecuencia, comenzaron a
adecuar su discurso a la exigencia de no correr el riesgo de deslegitimar al
poder punitivo necesario para mantener subordinados en el interior a los indisciplinados (anarquistas, socialistas, radicales, etc.) y fuera a los
colonizados y neocolonizados.
Hay dos momentos en
esta tarea académica:
1) el hegelianismo
penal y criminológico;
2) el positivismo
racista.
1) El hegelianismo
es lo que los juristas y criminólogos del siglo XIX proyectaron sobre la
cuestión criminal siguiendo al filósofo alemán Hegel. Para él, la potencia
intelectual de la humanidad (o sea, la “razón” que para Hegel era el espíritu
de la humanidad) avanza dialécticamente,
es decir, por elementos que entran en conflicto permanente, aunque creciente, y
que inevitablemente estalla y se resuelve en una tercera cosa, una síntesis, que comenzará un nuevo ciclo enfrentándose
con otro elemento y así…
Claro que esa “razón”
tenía un apellido: europea. Quienes no alcanzaban esa razón, no podían ser
libres, puesto que no eran capaces de asimilar el derecho (otra vez: el único
derecho verdadero era aquel originado en la civilización occidental europea)
¿Quiénes no eran libres, entonces? Ante todo los locos, los delincuentes
reincidentes –incurables-, ni tampoco los salvajes
colonizados (una gran “bolsa” conceptual en la que entraban gauchos, indios,
criollos y todas las gamas de mestizos).
La idea que Hegel
tenía de América Latina provenía de Buffon. Para este conde éramos un
continente en formación, como lo probaban los volcanes y los sismos. Como las
montañas corrían al revés (es decir, de Norte a Sur en vez de hacerlo correctamente,
de Este a Oeste, como en Europa), cortaban los vientos y todo se humedecía
pudriéndose; por eso había muchos animales chicos y ninguno grande y todo lo que
se traía se debilitaba, incluso los humanos. Para Buffon, en América toda la
evolución se retardaba.
El etnocentrismo
de Hegel legitimaba el colonialismo: el “espíritu” avanzaba con la colonización
del planeta por la Razón europea (aunque más que un espíritu parecía un
monstruo que arrasaba con todo en su avance masacrador.
Por suerte todo esto
se hacía muy abstracto y no terminaba de ganar popularidad en un mundo que
cambiaba con celeridad y tenía urgencias mas concretas al promediar el siglo
XIX. Se necesitaba conocimientos más útiles, más acordes a la cultura del
momento.
2) el positivismo
reedita la metáfora del organismo –en contrapunto al “contrato”-, pero no
basado en Dios, sino en la “naturaleza”, y revelado ahora por la “ciencia”.
En el contexto
histórico de esta etapa –segunda mitad del siglo XIX- nos encontramos con una
clase gobernante de industriales, comerciantes y banqueros enseñoreándose de la
producción mundial por medio del imperialismo, creando mercados y puntos de abastecimiento donde nunca antes se habían imaginado. Al mismo tiempo, los
indisciplinados sectores obreros aumentaban sus molestias en los países centrales. Ejemplo: Comuna de
Paris, 1871.
Cuando fue
menester contener a los explotados que reclamaban derechos en las ciudades
europeas, se trasladó la experiencia política de ocupación territorial de las
colonias hacia las metrópolis: las técnicas policiales de represión que usaban
allá, ahora las traían acá.
Los poderes de las
policías europeas aumentaban en paralelo con los reclamos de los sumergidos
urbanos, pero carecían de un discurso legitimante. ¿Quiénes aparecen para
brindarlo? Desde la época de Wier, los médicos estaban ansiosos por manotear la
hegemonía del discurso de la cuestión criminal. Ahora ellos darían las
explicaciones criminológicas sobre los delitos y los delincuentes, ayudando a
identificarlos y en el mejor de los casos a tratar a estos “desviados”.
En el fondo de las
explicaciones aparece con el discurso
médico una categorización racista de los seres humanos: los hay superiores
y los hay inferiores. Surgen los mitos nacionales arios, por ejemplo, o se
reedita el mito romano imperial en Italia recién unificada.
Podemos distinguir
dos principales versiones del racismo:
- la “pesimista”: hubo una raza superior que
luego se fue degradando por mezclarse con una suerte de monas que encontraron
en el camino, y dieron por resultado una decadencia de la especie. Es decir,
encontraban en el mestizaje la culpa de todos los problemas.
Pero este racismo
pesimista no servía para el nuevo momento del poder mundial, que necesitaba
deslegitimar la esclavitud para justificar el neocolonialismo y predicar el
liberalismo económico pero controlar policialmente a los excluidos en los
centros europeos. Surge entonces la otra versión racista, igualmente simplota y
disparatada:
- la “optimista”: la que llevaba a Darwin de
lo biológico a lo social = el darwinismo
social. Partiendo de que en la geología como en la biología todo avanza con
propulsión a catástrofes, afirma esta versión que lo mismo sucede en la
sociedad, y que cuando la catástrofe se presenta –por la razón que sea:
hambrunas, epidemias, guerras- los seres humanos que sobreviven son los más
fuertes y de ese modo todo va evolucionando, incluso el ser humano en la
historia. Las catástrofes se cargan a los débiles: liberan entonces de lastres
a la humanidad en progreso…
Vale recordar que
nuestras elites criollas no sólo leían y comentaban a estos teóricos, sino que “compraban”
estas teorías, y actuaban en consecuencia. La “conquista del desierto” ocurría
aproximadamente en esta época.